Me quede pensando y le pregunte si verdaderamente se sentia hermano de todos. Por ejemplo, de todos los empresarios de pompas funebres, de todos los carteros, de todos los buzos, de todos los que viven en la acera de los numeros pares, de todos los afonicos, etcetera. Me dijo que su libro se referia a la gran masa de los oprimidos y parias.
-Tu masa de oprimidos y de parias -le conteste- no es mas que una abstraccion. Solo los individuos existen, si es que existe alguien. El hombre de ayer no es el hombre de hoy sentencio algun griego. Nosotros dos, en este banco de Ginebra o Cambridge, somos tal vez la prueba.
Salvo en las severas paginas de la Historia, los hechos memorables prescinden de frases memorables. Un hombre a punto de morir quiere acordarse de un grabado entrevisto en la infancia; los soldados que estan por entrar en la batalla hablan del barro y del sargento. Nuestra situacion era unica y, francamente, no estabamos preparados. Hablamos, fatalmente, de letras; temo no haber dicho otras cosas que las que suelo decir a los periodistas. Mi alter ego creia en la invencio o descubrimiento de metaforas nuevas; yo en las que corresponden a afinidades intimas y notorias y que nuestra imaginacion ya ha aceptado. La vejez de los hombres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del agua. Le expuse esta opinion, que expondria en un libro años despues.
Casi no me escuchaba. De pronto dijo:
-Si usted ha sido yo, ¿como explicar que haya olvidado su encuentro con un señor de edad que en 1918 le dijo que el tambien era Borges?
No habia pensado en esa dificultad. Le respondi sin conviccion:
-Tal vez el hecho fue tan extraño que trate de olvidarlo.
Aventuro una timida pregunta:
-¿Como anda su memoria?
Comprendi que para un muchacho que no habia cumplido veinte años, un hombre de mas de setenta era casi un muerto.
Le contesté:
-Suele parecerse al olvido, pero todavia encuentra lo que le encargan. Estudio anglosajón y no soy el último de la clase.
Nuestra conversacion ya habia durado demasiado para ser la de un sueño.
Una brusca idea se me ocurrio.
-Yo te puedo probar inmediatamente -le dije- que no estas soñando conmigo. Oí bien este verso, que no has leido nunca, que yo recuerde.
Lentamente entone la famosa linea:
- L'hydre- univers tordant son corps écaillé d' astres.
Senti su casi temeroso estupor. Lo repitio en vos baja, saboreando cada resplandeciente palabra.
-Es verdad -balbuceo-. Yo no podre nunca escribir una linea como esa.
Hugo nos habia unido.
Antes, él habia repetido con fervor, ahora lo recuerdo, aquella breve pieza en que Walt Whitman rememora una compartida noche en el mar, en que fue realmente feliz.
Si Withman la ha cantado -observe- es porque la deseaba y no seucedio. El poema gana si adivinamos que es la manifestacion de un anhelo, no la historia de un hecho.
Se quedo mirandome.
-Usted no lo conoce - exclamo-. Withman es incapaz de mentir.
Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra conversacion de persona de miscelánea lectura y gustos diversos, comprendi que no podiamos entendernos. Eramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podiamos engañarnos, lo cual hace dificil el dialogo. Cada uno de los dos era el remedo caricaturesco del otro. La situacion era harto anormal para durar mucho mas tiempo. Aconsejar o discutir era inutil, porque su inevitable destino era ser el que soy.
De pronto recorde una fantasia de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraiso y le dan como prueba una flor, Al despertar, ahi esta la flor.
Se me ocurrio un artificio análogo.
-Oí -le dije-, ¿tenes algun dinero?
-Si - me replico-. Tengo unos veinte francos. Esta noche lo convide a Simon Jichlinski en el Cocodrile.
-Dile a Simon que ejercera la medicina en Carouge, y que hara mucho bien... ahora, me das una de tus monedas.
Saco tres escudos de plata y unas piezas menores. Sin comprender me ofrecio uno de los primeros.
Yo le tendi uno de esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez.
-No puede ser -grito-. Lleva la flecha de mil novecientos sesenta y cuatro.
(Meses despues alguien me dijo que los billetes de banco no llevan fecha.)
-Todo esto es un milagro -alcanzo a decir- y lo milagroso da miedo. Quienes fueron testigos de la resurreccion de Lázaro habran quedado horrorizados.
No hemos cambiado nada, pensé. Siempre las referencias librescas.
Hizo pedazos el billete y guardo la moneda.
Yo resolvi tirarla al rio. El arco del escudo de plata perdiendose en el rio de plata hubiera conferido a mi historia una imagen vívida, pero la suerte no lo quiso.
Respondo que lo sobrenatural si ocurre dos veces, deja de ser aterrador. Le propuse que nos vieramos al dia siguiente,en ses mismo banco que esta en dos tiempos y en dos sitios.
Asintio en el acto y me dijo, sin mirar el reloj, que se le habia hecho tarde. Los dos mentiamos y cada cual sabia que su interlocutor estaba mintiendo. Le dije que iban a venir a buscarme.
-¿A buscarlo? -me interrogó.
-Si. Cuando alcances mi edad habras perdido casi por completo la vista. Veras el color amarillo y sombras y luces. No te preocupes. La ceguera gradual no es una cosa tragica. Es como un lento atardecer en verano.
Nos despedimos sin habernos tocado. Al dia siguiente no fui. El otro tampoco habra ido
He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he encontrado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro converso conmigo en un sueño y fue asi que pudo olvidarme; yo converse con él en la vigilia y todavia me atormenta el recuerdo.
El otro me soñó, pero no me soño rigurosamente. Soñó ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar.
Cuento del Libro de arena.
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