viernes, 4 de junio de 2010

A morir

Ir a un recital es ir a morir. Uno va a dar todo de si, a entregar su cuerpo, oídos, el alma, la vida. Tal vez no en todos los recitales, tal vez no en cualquier estilo de música, pero vamos a referirnos a los verdaderos recitales que te matan: un buen recital de heavy metal, rock, metal, en fin, uno de los buenos.
Provoca tanta adrenalina, la espera, no saber lo que va a ser de uno. No sabés si se te va a salir una zapatilla, o las dos, y vas a volver descalzo, no sabes si te van a pegar un codazo en la cara y vas a volverte con la nariz sangrando, etc. Vamos a un recital a morir, después de ese recital podríamos morir de la felicidad, el placer que provoca estar ahí, haber estado ahí, haber sentido eso. Solo aquel que haya disfrutado verdaderamente de uno de esos recitales entiende.
Antes del recital, tal vez escuchando todos los temas de esa banda que vas a ver sin parar, uno atrás del otro seguidos, esperando... Llegás casi temblando, la adrenalina hasta las nubes, esa emoción única, la piel de gallina. Suena la primer nota y temblás, y ya está. El recital que tanto estuviste esperando ya empezó. Cantás todas las canciones, o no cantás nada, solo escuchás. Tratás de ir lo más adelante posible, como una polilla va hacia la luz, vos vas hacia el escenario. Anonadado, casi sin parpadear para no perderte nada; te escabullís, recibís algún que otro golpe pero llegás.
Cuando salís, no entendés nada, todos tienen cara de haber tenido el orgasmo de su vida, y vos también. Es tan satisfactorio, tan excitante, es inexplicable, es la emoción que solamente se siente cuando salís de un recital. Es un estado tan sórdido... pero tan genial.
En fin, este sábado, voy a morir al recital de Carajo con Carolina.

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